Una noticia conmocionó al mundo del cine este sábado: Diane Keaton, una de las actrices más queridas y emblemáticas de Hollywood, falleció a los 79 años. La información fue confirmada por un vocero familiar a la revista People, quien pidió respeto y privacidad para sus seres queridos en este difícil momento. Con su partida, el séptimo arte pierde a una figura irrepetible, símbolo de talento, inteligencia y estilo.
Nacida en Los Ángeles en 1946, Keaton construyó una carrera que trascendió generaciones. Su salto a la fama llegó en la década del setenta, cuando interpretó a Kay Adams-Corleone en El Padrino (1972) de Francis Ford Coppola, una de las películas más influyentes de todos los tiempos. Ese papel no solo la consagró como actriz dramática, sino que también la posicionó en la cúspide de la industria cinematográfica estadounidense.
Sin embargo, sería Annie Hall (1977), dirigida por Woody Allen, la obra que definiría su legado. Por su interpretación de una mujer moderna, sensible y contradictoria, Keaton ganó el Oscar a la Mejor Actriz en 1978. Aquella comedia romántica, que marcó un antes y un después en la historia del cine, la consolidó como una artista versátil y como un ícono cultural que encarnó la independencia femenina en una época de grandes transformaciones sociales.
Más allá de sus interpretaciones, Diane Keaton dejó una huella indeleble por su inconfundible estilo personal. En un mundo dominado por la estética convencional, se destacó por su elegancia excéntrica y por romper con los cánones establecidos: trajes masculinos, corbatas, chalecos y sombreros se convirtieron en su marca registrada. Aquella elección no fue solo una cuestión de moda, sino una declaración de principios: la afirmación de una identidad libre, sin concesiones a los estereotipos.
A lo largo de su trayectoria, Keaton fue reconocida por su capacidad de combinar humor, profundidad y una naturalidad desarmante. Actuó en más de medio centenar de películas, entre ellas Manhattan, Reds, Something's Gotta Give y Baby Boom, y trabajó con directores de la talla de Nancy Meyers, Warren Beatty y James Ivory. Su presencia en pantalla irradiaba una mezcla única de carisma y vulnerabilidad que pocas figuras pudieron igualar.
Más allá de su carrera artística, también se destacó como directora, fotógrafa y autora. En sus libros autobiográficos y ensayos mostró una mirada lúcida sobre el paso del tiempo, la belleza y el amor, siempre con el mismo espíritu libre que la caracterizó en el cine.
