Gramma, una tortuga gigante de las Galápagos considerada una de las habitantes más emblemáticas del Zoológico de San Diego, murió el 20 de noviembre a los 141 años. Su longevidad la había convertido en una figura histórica para millones de visitantes y en un símbolo para conservacionistas y especialistas en fauna silvestre.
El origen de la tortuga sigue siendo incierto. Se sabe que había llegado a San Diego procedente del zoológico del Bronx, donde integró uno de los primeros grupos de tortugas de Galápagos incorporados a esa colección entre 1928 y 1931. Desde entonces, vivió transformaciones profundas tanto en el mundo como en los propios métodos de manejo de los zoológicos. En sus primeras décadas, incluso era habitual que los niños se subieran sobre estos animales, una práctica hoy completamente prohibida.
Durante los más de 140 años que vivió, Gramma atravesó acontecimientos históricos como dos guerras mundiales, la llegada del hombre a la Luna, la caída de imperios y el paso de 20 presidentes de los Estados Unidos. En la naturaleza, las tortugas de Galápagos suelen alcanzar poco más de un siglo de vida, por lo que su edad la convirtió en un caso excepcional.
Las islas Galápagos, en Ecuador, albergan 15 subespecies de tortugas gigantes, varias de ellas consideradas vulnerables o en peligro de extinción. Sin embargo, en cautiverio se registran nacimientos notables, como los de cuatro crías en el Zoológico de Filadelfia este año, cuyos progenitores superaban los cien años, o el caso de Goliath, un ejemplar de 135 años que se convirtió en padre por primera vez en Miami en 2025.
Según la fundación Galápagos Conservancy, más de diez mil tortugas jóvenes nacidas en cautiverio fueron reintroducidas en su hábitat natural desde 1965, un esfuerzo clave para recuperar poblaciones que estuvieron al borde del colapso. Gramma, cuya vida abarcó más de un siglo de cambios, permanece como un recordatorio del valor de la conservación y de la extraordinaria historia natural de estas especies.
